Safo y su familia pertenecían a la más rancia aristocracia eolia, que su padre se llamó Escamandrónimo y que tuvo otros dos hijos, éstos varones. La madre de Safo se llamaba Cleis, al igual que Safo, que se cambió el nombre al iniciar su actividad poética. También sabemos que Safo tuvo una hija, pero ignoramos con quién, ni siquiera hay datos sobre si llegó o no a casarse. Por otra parte, aunque circuló una leyenda que hablaba de los amores de la poetisa con el marino Faón y de la desesperación que la condujo a arrojarse al mar desde un promontorio de la isla de Leucades, esta historia ha caído en descrédito y, ahora, se atribuye a una cortesana también llamada Safo.
Safo, mujer de espíritu indomable, amante de la cultura y sobre todo de la libertad, no tarda en enfrentarse, junto a otros conciudadanos, al tirano que gobierna Lesbos: Pitaco de Mitilene. Pitaco, que era un tirano al uso griego, es decir, que no tenía aterrorizado a su pueblo aunque sí lo había desposeído de sus derechos civiles, no duda en desterrar a sus oponentes. A Safo la envía a Sicilia, que entonces pertenecía a la Magna Grecia. Suponemos, dada la riqueza de su familia y la zona en la que vivió, que su forzado exilio debió de ser un exilio "dorado".
En Lesbos, al igual que en otros lugares de la Grecia antigua, la mujer gozaba casi de los mismo derechos que los hombres. En esas ciudades No es de extrañar, pues, que pasado el tiempo y en la gloriosa época de Pericles, cuando Atenas alcanza su máximo esplendor, los cómicos atenienses, transmitiendo los sentimientos de su pueblo, tildasen a Safo de meretriz y cortesana, entre otros desafortunados calificativos.
Safo, que tenía una manera distinta de entender la vida a la de las atenienses, fundó en su isla natal una academia para mujeres jóvenes, consagrada a la diosa Afrodita, a quien dedicó emotivos poemas. Afrodita, que era una de las divinidades de la mitología griega, pasó a formar parte de la mitología romana con el nombre de Venus. Era la diosa de la belleza, del amor y de la vida universal.
"Sentada en el trono del Arco Iris, pérfida Reina de Belleza, te lo suplico, no dispongas para mí las trampas de tu decaimiento, de tu tormento. Escucha, clemente, mi oración, como lo hiciste aquella vez en la que, para atender mi súplica, seguiste la ruta de los astros sobre tu hermoso carro".
Durante el siglo XI, sólo encontraremos fragmentos de la obra de Safo en las citas de algunos escritores. Nos han llegado versos tan sublimes como estos:
"Ahora, entre las mujeres de Lidia, ella brilla sobre las estrellas que oculta como los dorados destellos de la luna cuando ya ha caído el día".
"Atthi no ha regresado. En verdad, me gustaría estar muerta. Al abandonarme, ella lloraba. Lloraba y me decía: «¡Ah, Safo! Mi dolor es inmenso. Me voy a pesar de ti...». Y yo le respondía: «Ve, feliz, recuérdame. ¡Ah! ¡Tú sabes bien cuánto te quiero!»".
En sus desmedidas pasiones, fruto quizá de su extraordinaria sensibilidad, y como contrapunto al éxtasis del amor, encontramos en algunos de sus poemas un despecho casi salvaje, como en éste que dedica, al parecer, a una bella pero superficial mujer que la rechaza:
"Morirás, y de ti no quedará memoria, y jamás nadie sentirá deseo de ti porque no participarás de las rosas de Pieria; oscura en la morada de Hades, vagarás revoloteando entre innobles muertos".
"La tierra no cubre de Safo más que las cenizas, los huesos y su nombre; su discreto canto disfruta de la inmortalidad".
1 comentario:
Muy bien, pero madre mía con la letrilla que has elegido...
NOTA: 9
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